jueves, 29 de mayo de 2014

El "komboloi" griego

El "komboloi" griego 

Por Ramón Jiménez Fraile

. Me estoy refiriendo al komboloi, esa especie de collar de cuentas que griegos de todas las condiciones y en todos los ámbitos desgranan y balancean con rutinaria destreza.


No sólo entre pescadores ni en el medio rural, sino también en la agitada Atenas, proliferan los komboloia. Incluso la mujer taxista que me llevó de vuelta al aeropuerto me demostró que también ellas se han apropiado de este instrumento dotado, cuando menos, de cualidades relajantes.

El komboloi hunde sus raices en las grandes religiones. El invento se debe a los budistas que lo introdujeron en el siglo VI antes de Cristo como técnina de meditación. Después los hinduistas crearon su mala, dotado de 108 cuentas, tantas como oraciones que debían ser recitadas de memoria. El mismo esquema fue seguido por los musulmanes con el masbaha, provisto de 99 cuentas que corresponden a las advocaciones de Alá que los fieles deben repetir cinco veces al día. Los católicos copiaron a los musulmanes la idea y la trasformaron en el rosario. La aportación más original vino de los griegos, los cuales imitaron a sus dominadores los turcos, pero desposeyendo a sus komboloia de toda connotación religiosa que no fuera la de conectar con la eternidad a través del flujo circular del tiempo.


El templo laico del komboloi está en Nafplio, la antigua capital de la Grecia moderna. La visita del Museo del Komboloi (http://www.komboloi.gr/) en esa cuidad proporciona una buena dosis de la serenidad de espiritu que su promotor, Aris Evangelinos, heredó de su abuelo, eterno viajero por tierras orientales, junto con una variadísima colección de komboloia. A diferencia de los masbahas, malas y rosarios, el komboloi griego no tiene un número fijo de cuentas y la distancia entre ellas puede variar a gusto de propietario. Lo que hoy representa para los griegos una señal de identidad fue en su día, según le confió a Evangelinos su abuelo, un emplema de liberación.

Más que a su apariencia -de una infinidad de tonos, texturas e incluso aromas en el caso de determinadas maderas y resinas- el komboloi debe su etimología al peculiar chasquido de las cuentas al chocar entre ellas. De ahí que sea al sonido, así como al tacto, en lo que haya que fijarse a la hora de elegir un komboloi. Aunque, con el paso del tiempo, a medida que la sabiduría haga mella, acabará apreciando a su ya inseparable compañero de viaje por cualidades más auténticas: su silencio en situación de reposo y el hueco dejado en las manos tras una vida repleta de recíprocas caricias.

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